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:·:·:·:·:·:·:·:·: :·:·:·¿Cuál de todas tus personalidades prevalece cuando estás en soledad?:·:·:·:·:·: :·:·:·:·:·:·:·:·:
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6.27.2007

Revista Pipí Cucú

(click para agrandar)
Mañana, jueves 28 de junio a las 22hs.
voy a estar leyendo en este evento pipí cucú.
Pachamama - Pje. Argañaraz 22
Los espero.

6.24.2007

AT RANDOM - dolores

Intrascendencias de Dolores

El auto me venía fallando en la ruta, y tuvo que morir justo en Dolores. A la mierda con Dolores, grité golpeando el volante. De todo el trayecto a Buenos Aires, tenía que ser ahí. Valentina me había aburrido gran parte de mi vida con sus anécdotas de juventud en ese pueblo de mala muerte.

Domingo a la tarde, conseguí mecánico. Yo tratando de descifrar su cara mientras él, casi sin mostrar expresión, miraba el motor del Corsa. Más perdido aún me sentía al intentar comprender los misterios de esa máquina. Me angustió mi desconocimiento sobre árboles de leva, radiadores y bujías. Palabras que resonaban pero que no representaban nada para mí. Una brecha más con el género masculino.

El silencio del tipo empezó a ponerme incómodo. Fui a ver cómo oscurecía justo cuando él salía de abajo del capot para decirme que no sé qué parte estaba jodida y que no tendría repuesto hasta el lunes a la mañana. Dolores impactó en mi estómago. Tenía hambre. Antes de buscar hotel me crucé a un bar que vi frente al taller.

Había cuatro mesas con sillas de metal y cuerina verde, una barra que exhibía pebetes con jamón y queso rancio, una pareja comiendo hamburguesas, un viejo tomando vino, un hombre petiso de pelo negro y engrasado detrás del mostrador y una moza un tanto rellenita que se acercó inmediatamente para alcanzarme la carta. Ordené un bife con papas fritas y una cerveza.

Cuando la chica trajo la Quilmes Cristal y el vaso, sentí la necesidad de presentarme y contarle lo del desperfecto de mi auto. Ella me preguntó si ya tenía hotel. Le dije que no e inmediatamente me dejó sin antes destapar la botella. Toqué el sudor frío del vidrio y tragué saliva. Volvió con una tarjeta y se puso a contarme del hotel y su dueño. Me recomendó decir que iba de parte de ella. Yo sólo le señalé la chapita fija al cuello de la botella. Ella, sin parar de hablar, sacó el destapador del bolsillo de su delantal rojo. El sonido del gas me devolvió un poco de ánimo y le dije que se trajera un vaso y se sentara conmigo. Ella miró al hombre de atrás del mostrador que había estado escuchando cada una de nuestras palabras. Él no reaccionó. No autorizó ni prohibió. La chica se disculpó.

Cuando al fin llegó la comida, yo ya había terminado la cerveza y le pedí otra. Ella accedió a sentarse a mi mesa. Me preguntó si conocía Dolores. Yo tenía la boca llena y entonces negué con un movimiento de cabeza. Tragué antes de tiempo para decirle no. Ella se quedó mirándome como si la respuesta no fuera suficiente. Entonces le conté algo de Valentina sin mencionar su nombre. En un momento, el hombre del mostrador le dijo de mala manera que la necesitaba en la cocina. Volvió a disculparse y se fue.

Terminé y le pedí la cuenta al hombre. Pero al rato, ella misma me trajo un papelito común con números grandes y desprolijos. Estaba cambiada como para irse. La invité a tomar algo en algún otro lugar. ¿Había algún otro lugar?, pregunté.

Había.

La chica me pudrió contándome intrascendencias del lugar, igual que Valentina. Pero algo de ella me llamaba la atención, estaba aburrida, buscaba emociones y yo estaba estresado. Fuimos a otro hotel, porque, me dijo, en el que me había recomendado la conocían. Igual, también la conocían en el telo que fuimos.

Una habitación pequeña con olor a humedad, luces demasiado fuertes, poco espejo y un bañito que vino bien para dejarle la luz prendida y así apagar las de la habitación. Ella se me quedó viendo igual que yo había mirado al mecánico unas horas antes. Pero no logró convencerme de su ingenuidad. Estábamos ahí los dos. Me apreté fuerte contra su cuerpo. Ella era una tabla. Seguí así hasta que se aflojó y buscó mi boca para besarme. Sus labios estaban tibios pero su saliva me pareció fría. No me tomé mucho tiempo para llegar directamente a su piel. Su pantalón, que me había parecido ajustado, dejaba espacios para que mi mano se deslizara sin problemas. Me encontré con un sexo no muy húmedo. Yo tampoco me estaba exitando y actuaba un poco en automático. Me detuve. Le pregunté si fumaba. Sí. Pero no tenía cigarrillos. Los míos habían quedado en el auto. Pedí un atado por el teléfono del cuarto.

Gané tiempo diciendo que necesitaba darme una ducha. El agua caliente me reparó un poco y en la mitad del baño la chica se me apareció desnuda. Sin ropa era más ágil.

Húmedos en la cama. Los cigarrillos llegaron en el momento justo. Mientras fumábamos, le hablé de Valentina otra vez. Mencioné su nombre y su apellido. La conocía. De nombre, pero la conocía. Había algo de ella que nadie sabía, y eso que estábamos hablando de un pueblo como Dolores. Por qué se fue. Quién había sido. Qué había sido. Un embarazo. La vergüenza. Y lo que había quedado como verdad era que se había ido a triunfar como maestra a Buenos Aires. Punto final.

Me dieron ganas de hacer astillas los espejos. Mirarme, mirarla, ver a Valentina. Pero ella estaba cada vez más suelta y otra vez buscó excitarme. Lo logró, pero me quedé dormido.

Soñé que nacía de las entrañas mismas de Valentina. Nacía así de grande como soy y Valentina era la mujer madura que es. Me decía ahora ya lo sabés, estuviste en la escena de los hechos. Bajaba una pizarra blanca del techo del hotel y con un aerosol escribía un cuadro sinóptico de Dolores. Se reía a carcajadas porque yo no había estudiado. Y me angustiaba al punto de saltar sobre su cuello y ahorcarla hasta perder el conocimiento ella y yo. Después le pegaba a su imagen en el espejo.

Me desperté y Valentina seguía ahí. Pero era joven y no respiraba. Me vestí. Le dije al conserje que no la despertara, que yo iba a supervisar lo de mi coche y volvía para desayunar con ella. Me dijo que tenía que pagar para salir. Le dejé cien pesos y le dije que volvería por el vuelto.

En la esquina había un teléfono público. Llamé a casa y me atendió Roberto enojado, hecho una loca. Quiso hacerme una escena. Yo no le expliqué nada. Pregunté cómo estaba Valentina. Fue una noche difícil para mi mamá, dijo. La enfermera del sanatorio le había dicho que de todos modos seguía estable. Palpé el bolsillo de la campera y vi los cigarrillos junto al cuerpo de la chica.

No va a tener problemas. Cuánto es. Pagué. Quiso explicarme algo del distribuidor. Yo nada más lo dejé hablar mientras ponía el motor en marcha. El Corsa rugió. Dejaba Dolores. Saqué un cigarro arrugado de la guantera. Me lo dejé un tiempo en la boca, apretando fuerte los labios antes de prenderlo.

6.22.2007

AFTER HOUR LITERARIO

Miércoles de 19 a 20.30 hs.
comienza: 17/03
inversión: $150 x mes.

La propuesta
Trabajar textos desde la improvisación, la investigación y la rescritura.


Cuán pueril es, más aún, creer en una realidad absoluta, pues cada uno lleva la suya propia en sus pensamientos y sus sentidos.
(...)
Así, cada quien crea, individualmente, una ilusión personal del mundo, que puede ser poética, sentimental, gozosa, melancólica, sórdida o frágil, de acuerdo con nuestras naturalezas. La meta del escritor es reproducir fielmente esta ilusión de realidad mediante el uso de todas las técnicas literarias a su alcance."

GUY DE MAUPASSANT, El objetivo del escritor




6.09.2007

AT RANDOM - reflexiones


Reflexiones efímeras

  1. Tenemos ojos en la espalda, por eso siempre miramos hacia donde estuvimos y no vamos a estar más. También tenemos una serie de ojos particulares que nos hacen ver cosas que nos siguen todo el tiempo y a pesar de todo.
  1. Convivimos con la pena de saber que algo adentro nuestro no funciona bien. Siempre que lo descubrimos, estamos solos y, al aceptarlo, deja de funcionar mal. Cuando volvemos a estar con los otros, nos olvidamos de esa pena y perdemos la conciencia, por eso volvemos a estar rotos. Pero como no nos damos cuenta, no podemos solucionarlo.
  1. Llega un momento en el que uno ya no se pregunta más por qué el amor se acabó. Entonces comienza a vivir con los hechos. Vive sabiendo que eso no existe más. Dejar de obsesionarse con las causas parece, en principio, un alivio. Sin embargo la tristeza sigue siendo la misma.
  1. Cuando uno escucha a otro gritar “desquiciadamente” piensa primero que el otro está loco. Pero no tarda en darse cuenta de que, en realidad, es al revés. ¿cómo se puede estar tan loco como para no permitirse gritar así nunca? ¿cuándo fue la última vez que gritamos hasta perder el aliento?
  1. Partir para no volver. Irse. Siempre estar yéndose de un lugar, pero siempre estar volviendo a otro. Eso es lo que más desconcierta. Porque, por un lado, un lugar nunca es igual. Pero, por otro, uno siempre vuelve a encontrarse allí de donde alguna vez huyó.
  1. No es verdad que soñar no cuesta nada. Soñar cuesta entender esa otra realidad. Soñar cuesta la ilusión que siempre termina en desilusión. Soñar cuesta tener que volver a empezar siempre.